Lo más importante de lo que me he dado cuenta desde que me interesé por el crecimiento y el desarrollo personal es que gran parte de nuestras posibilidades de éxito se juegan en los hábitos.
Para algunos puede ser algo obvio, el descubrimiento del agua caliente, pero debo admitir que nunca me había parado a pensar en la importancia de los hábitos.
Siempre pensé que el cambio tenía que ser disruptivo; que era como una revolución: fuera lo viejo, dentro lo nuevo. Y que sólo los acontecimientos sensacionales, como encontrar un alma gemela, ganar la lotería, conseguir un trabajo bonito y bien pagado, cambiaban de verdad tu vida. Es una tontería, ¿verdad? Sin embargo, yo pensé así durante mucho tiempo.
Pero, ¿qué son los hábitos y por qué son tan importantes?
Un hábito es un comportamiento repetido. Algo que hacemos todos los días, o quizá incluso una vez a la semana, pero con regularidad. Un hábito es cómodo: una vez que lo hemos establecido, forma parte de nuestra vida y nos resulta natural. Nos cuesta poco esfuerzo; de hecho, si el hábito está muy arraigado, nos cuesta prescindir de él.
El poder de los hábitos reside en la repetición: al igual que la gota de agua, año tras año, puede perforar la roca, un buen hábito puede conducir a excelentes resultados, mientras que un mal hábito puede dañar nuestra vida incluso de forma irreparable.
Fumar un cigarrillo puede no ser una actividad saludable, pero hace poco daño en sí mismo. Fumar diez cigarrillos al día, todos los días, durante años, puede llevarnos a la muerte. Dar un paseo por el parque de vez en cuando es agradable y bueno para el ánimo. Hacerlo todos los días, durante años, mejora la salud y puede darnos años de vida.
¿Una manzana al día mantiene alejado al médico?
Muchos de los objetivos que nos marcamos en la vida pueden traducirse en la suma de pequeños (o grandes) gestos que hacemos a diario.
Los exámenes universitarios se aprueban adquiriendo el hábito de estudiar todos los días. Adquiriendo el hábito de escribir todos los días se puede terminar una novela. La forma física se consigue con el hábito del ejercicio y una buena alimentación. Un buen conocimiento de uno mismo se consigue con hábitos como meditar o escribir un diario personal. Una mejor condición económica puede fomentarse con el hábito del ahorro.
Todas estas son acciones que, tomadas individualmente, ciertamente no parecen sensacionales, pero que, repetidas día tras día, llegan a desplegar sus efectos, ayudándonos a alcanzar nuestros objetivos de forma decisiva.
Dejar de lado los resultados y centrarse en el proceso
Comprender el vínculo entre hábitos y objetivos significa centrarse en el proceso y no en el resultado.
Los resultados están en el futuro. Nos sentimos abrumados cuando pensamos en todo el trabajo que tenemos por delante para conseguirlos. Tememos no tener éxito, y esto nos crea ansiedad.
El proceso está en el presente y puede ser mucho más tranquilizador: significa emprender una determinada acción (o conjunto de acciones), hacerla aquí y ahora y olvidarse de todo lo demás. El objetivo inmenso, lejano, difícil de alcanzar, también podemos olvidarlo y así lanzar a los vientos toda la ansiedad del fracaso.
Los hábitos son lo que necesitamos para mantener nuestra atención centrada en el proceso. Como pequeños ladrillos que uno sobre otro, día tras día, se convierten en una casa.
Las mejores estrategias para adquirir nuevos hábitos
Mi experiencia en este campo es aún limitada. He leído mucho sobre el tema, pero sólo en los últimos años he experimentado algunas estrategias conmigo mismo. Por lo que tengo entendido, los secretos básicos del éxito en la adquisición de nuevos hábitos son esencialmente dos: empezar con poco y cambiar un hábito cada vez.
Empezar con poco significa muy poco
Ni una hora, ni siquiera media hora. Un puñado de minutos es tiempo más que suficiente para empezar. Medita durante dos minutos, ponte las zapatillas y da una vuelta a la manzana, coloca una estantería, escribe durante diez minutos, estudia una página de un libro. Es bueno fijarse un objetivo mínimo al principio, tan pequeño que apenas requiera esfuerzo. Hazlo ahora: cierra los ojos y, ay, pasa a la acción. Y por hoy, no pienses más en ello.
Repítelo mañana, y pasado mañana. Al cabo de una semana haz el primer incremento. Duplica el tiempo que dedicas a tu actividad. Por ejemplo, medita durante 4-5 minutos, o sal a caminar durante 10, y así sucesivamente. Mantén el ritmo durante otra semana, y luego vuelve a aumentar. Este modo extremadamente gradual funciona muy bien para establecer hábitos duraderos.
La gradualidad es tranquilizadora; elimina la ansiedad. Si empiezas con muy poco, no puedes fallar. Puedes recompensarte por el pequeño paso de hoy y esto refuerza las buenas intenciones para mañana.
Cambiar un hábito cada vez
Adquirir un nuevo hábito no es precisamente fácil. La mejor opción es hacerlo de forma sencilla, empezando poco a poco (como se ha mencionado anteriormente).
Complicarse la vida intentando aplicar el procedimiento a varios hábitos a la vez no es una buena idea. Aumenta el riesgo de fracaso. El concepto es siempre exigirse poco a uno mismo, conservar la energía, para adoptar una perspectiva a largo plazo. Intentar cambiar demasiadas cosas a la vez es confuso y corremos el riesgo de tirar la toalla demasiado pronto.
No puedo empezar hoy a hacer 10 cosas que no hacía hasta ayer y esperar que todo me resulte fácil. Es mejor tomar un hábito cada vez, experimentar con él durante un mes más o menos, dejar que se asiente, que se convierta en parte de nuestra rutina diaria. Al final del mes podremos sacar las primeras conclusiones.
¿Nos gusta? ¿Es útil para el objetivo que quiero alcanzar? Si la respuesta es sí, entonces vale, queremos continuar. ¿Ha sido suficiente este mes? ¿Nos sentimos cómodos con este nuevo hábito? ¿Estamos preparados para darlo por hecho? Si la respuesta es sí, entonces podemos pensar en pasar al siguiente buen hábito. Si la respuesta es negativa, no hay prisa. Puede que necesitemos otro mes para consolidar nuestro nuevo hábito.