Son los dos fundamentos de la vida cotidiana. Está claro que la serenidad y la calma solo están en el centro. Esto se debe a que el centro coincide con el momento presente y el corazón, donde el pasado y el futuro se encuentran en una percepción de seguridad, facilidad, armonía, amabilidad, gratitud y conciencia. La paz reina en el centro, las interacciones sociales se producen sin problemas y la realidad se acepta tácitamente.
El centro solo se agita en ocasiones de revueltas populares promovidas por los suburbios olvidados y abandonados a la decadencia. Es decir, cuando el hambre y la injusticia social se hacen insoportables a medida que el gobierno central, esclavizado a las altas finanzas, pierde toda credibilidad y razonabilidad. En estos casos, la conciencia general parece reducirse al mínimo y el desconocimiento popular estalla. Todo esto sucede en el presente: en estos casos casi no hay presencia.
En el pasado y en el futuro se vive en la percepción constante del peligro y la inquietud. Aunque uno acabe acostumbrándose, sigue siendo un hábito negativo. La inseguridad y el peligro provocan una respiración corta y superficial, hipervigilancia, miedo y ansiedad y, por tanto, estrés, cansancio y rechazo de la realidad.
Al convertir el pasado y el futuro en una percepción de inseguridad y peligro, nos privan del placer de estar en compañía de nuestros semejantes y de la alegría de vivir. En el peligro, uno está siempre alerta y tenso y hay un gran gasto de energía. Al vivir con los pensamientos en el pasado o en el futuro, la conciencia es mínima.
Por tanto, está claro que el presente evoca emociones positivas, ante todo seguridad y tranquilidad. El pasado y el futuro, en cambio, evocan emociones negativas, ante todo inseguridad y miedo, pero sería mejor decir pensamientos de temor.
Cuando nuestra neurocepción percibe un peligro externo o incluso interno al cuerpo, automáticamente activa el mecanismo de supervivencia que bloquea el nervio vago y activa su antagonista, el nervio simpático, con la acción de lucha o huida si hay una salida y la muerte simulada si no hay escapatoria.
Los tres cerebros
La percepción de seguridad y la percepción de peligro son las dos piedras angulares de la vida cotidiana y gestionan el funcionamiento de nuestra mente, nuestra emocionalidad y nuestro físico en la vida diaria. Los tres planos corporales, que se interrelacionan estrechamente entre sí, pertenecen respectivamente al cerebro cognitivo, al cerebro emocional y al cerebro reptiliano.
En pocas palabras, los pensamientos, a través de la respiración, se transforman en emociones, que a su vez generan la sensación física de placer o dolor. Esto también ocurre a la inversa. Las emociones varían según el modo de respiración.
La percepción de seguridad eleva el estado de ánimo y el entusiasmo al potenciar la respiración y nuestra energía, y hace posible incluso el objetivo más ambicioso. Por otro lado, la percepción de peligro reduce la intensidad de la respiración y la producción de calorías (energía) induciendo debilidad, fatiga, insomnio, mal humor, pesimismo y fracaso.
Las emociones determinan nuestro estado de ánimo, acelerando la respiración, como ocurre en la ira, o ralentizándola, como ocurre en el miedo. En caso de pánico, la respiración es dificultosa y superficial. En la tristeza, la respiración es superficial, es decir, entra poco aire y, por tanto, la vitalidad es baja. En el estado de placer la respiración es lenta y profunda y en el orgasmo es muy rápida y profunda porque se requiere mucha energía.
En cuanto algo nos produce ansiedad, la respiración se vuelve superficial y, debido al insuficiente suministro de oxígeno, las calorías se reducen y nos sentimos débiles.
El resumen, está claro: la respiración, que depende de lo que estemos pensando en un momento dado, determina nuestras emociones, nuestro estado de ánimo, nuestra forma de sentir y de actuar.
Pasado y Futuro evocan percepciones de peligro
Así que esta es la situación: mientras que el presente evoca percepciones de seguridad y armonía, el pasado y el futuro, por el contrario, evocan percepciones de peligro y estrés. En el presente, los pensamientos y sentimientos neuróticos como la culpa, el arrepentimiento, la nostalgia y la ansiedad, que se manifiestan por vivir en el futuro y en el pasado, tienden a disminuir y desaparecer.
La percepción de peligro fuera y/o dentro del cuerpo bloquea el nervio vago y activa el sistema nervioso simpático. Este último prepara al cuerpo para la lucha, la huida o la muerte fingida (aislamiento).
Esto también ocurre cuando estamos en la paz y la tranquilidad de nuestro hogar, pero en lugar de estar concentrados en lo que estamos haciendo, nos entregamos inconscientemente a pensamientos tristes relacionados con recuerdos angustiosos o nos atenazan las ansiedades sobre el futuro.
Por lo tanto, el sufrimiento, la insatisfacción y la infelicidad, y en general los problemas existenciales, se producen cuando no vivimos plenamente en el presente porque nuestra atención, conciencia y percepción de la seguridad desaparecen.
Vivir pensando en el pasado o en el futuro crea automáticamente percepciones de peligro, miedo y pensamientos negativos.
El nervio vago
La percepción de seguridad y la percepción de peligro son situaciones que hacen que el organismo se sienta cómodo e incómodo, respectivamente. Se gestionan respectivamente por la acción de los sistemas nerviosos parasimpático y simpático a través del antagonismo entre los nervios vago y simpático.
Hay dos nervios vagos: uno a la derecha y otro a la izquierda. El nervio vago es el décimo nervio craneal y es uno de los más importantes del cuerpo porque suministra fibras parasimpáticas, es decir, relajantes, a todos los órganos excepto a las glándulas suprarrenales y también controla algunos músculos esqueléticos. Se comunica bidireccionalmente entre las vísceras y el cerebro.
Así, el nervio vago regula los órganos internos, incluido el corazón, garantizando que no supere los 60-70 latidos por minuto en condiciones normales.
Cuando su función se ve comprometida, como por ejemplo debido a la artrosis cervical y al estrés, pueden aparecer toda una serie de síntomas como taquicardia, acidez de estómago, náuseas, mareos, rigidez y dolor en el cuello, palidez, sudores fríos, fatiga y dolor articular. En la práctica, el bloqueo del nervio vago afecta a muchos órganos y principalmente al corazón, el estómago y los intestinos.
Cuando el nervio vago funciona bien, tenemos una salud psicofísica perfecta y nos sentimos cómodos. En cambio, cuando el vago está obstruido en sus funciones reguladoras, nos sentimos en peligro, nuestro corazón empieza a latir a mil por hora, nuestra respiración se vuelve irregular y la homeostasis del cuerpo se ve alterada.