Amar y no ser amado es una experiencia común para los seres humanos. Según una investigación realizada en 2008, alrededor del 80% de las personas han experimentado sentirse atraídas por alguien que no les correspondía.
La literatura ha tratado este tema innumerables veces ¿Qué hay de real en ello? Y sobre todo, ¿es posible «curarse» del sufrimiento de no ser correspondido?
El cerebro enamorado
Enamorarse, sobre todo cuando es correspondido, es una de las experiencias más intensas que puede vivir un ser humano. A nivel subjetivo, el enamoramiento genera euforia, focalización de la atención en la persona amada, aumento de la energía y un intenso deseo de estar en compañía del otro.
La literatura científica lleva mucho tiempo preguntándose qué es el amor y cómo estudiarlo.
La fisiología del amor
Gracias al desarrollo de las técnicas de neuroimagen a principios de este siglo, se ha podido arrojar luz sobre muchos (no todos) de los mecanismos fisiológicos que caracterizan el amor y el enamoramiento.
Según Fisher (2000, 2002, 2004), el amor puede dividirse en tres matices complementarios pero distintos:
- Atracción (deseo físico): es el plano de la sexualidad y el placer físico. El principal neurotransmisor asociado es la testosterona.
- Deseo (pasión romántica): se refiere a la anticipación del placer y al disfrute de la presencia del otro. Se caracteriza por generar pensamientos recursivos y espontáneos que tienen como objeto a la otra persona. El circuito neuronal implicado parece ser el dopaminérgico o de recompensa.
- Apego (Protección): es la dimensión del cuidado, el apoyo y la presencia compasiva. Está relacionada con la producción de oxitocina y vasopresina.
Curiosamente, estos tres componentes pueden surgir independientemente o fundirse entre sí. Por ejemplo, podemos sentirnos atraídos por una persona con la que, sin embargo, no buscamos cercanía y cariño; a la inversa, podemos querer pasar tiempo con un amigo y, sin embargo, no desearlo sexualmente.
Aunque esta complejidad permite el nacimiento y mantenimiento de vínculos sociales, también puede ser fuente de incomprensión y sufrimiento.
El dolor de no ser correspondido
En un estudio de 2010 examinaron con una técnica de neuroimagen la respuesta cerebral de 15 personas que habían sido rechazadas recientemente tras declarar su amor.
Lo que descubrieron fue que cuando se enfrentaban a imágenes de su ser querido, en sus cerebros se activaban las mismas áreas cerebrales relacionadas con la recompensa, la dependencia de sustancias y la activación del sistema nervioso autónomo.
Estos resultados coinciden con la experiencia psicológica de los participantes en el estudio: ira, dolor profundo, pensamientos obsesivos y deseo de estar con su ser querido. Y es que no ser correspondido en el amor provoca fuertes sentimientos de dolor y sufrimiento.
En particular, se observan pensamientos intrusivos y recurrentes sobre la persona deseada, sentimientos intensos de tristeza y melancolía, hasta estados depresivos y síntomas ansiosos.
La ceguera ante las señales negativas
Al entrevistar a personas que estuvieron enamoradas pero no fueron correspondidas, surge un hecho bastante curioso: afirman que rara vez recibieron señales de desinterés o rechazo por parte de la otra persona. Por el contrario, cuando se entrevista a personas que son objeto de amor, estas afirman que fueron explícitas en su rechazo sólo que la otra persona simplemente «no lo entendía».
Esta discrepancia se ha denominado «ceguera a las señales negativas» o «insensibilidad al rechazo«. Los enamorados tienden a interpretar señales ambiguas, como palabras y comportamientos amables, como más alentadoras de lo que son en realidad.
No es casualidad que, una vez rechazado, el rechazado describa al otro como oscuro, incomprensible y misterioso. La persona no correspondida lee la mente del otro a la luz de su propio deseo y selecciona de forma activa (pero inconsciente) las señales que apoyan su deseo.
La utilidad de esta distorsión cognitiva residiría en la necesidad de mantener la esperanza de que la persona amada pueda corresponderle y, por tanto, persistir en el cortejo. En este sentido, el amante no conseguiría hacerse una idea exacta de la mente y los sentimientos del otro, lo que a menudo provocaría un efecto contrario al deseado: generar rechazo e irritación.
Conviene subrayar que, en casos extremos, el comportamiento del pretendiente obedece a una motivación de posesión y obtención de placer, y no de bienestar de la otra persona y, por tanto, de amor sincero.
Si, por un lado, la codicia lleva al amante a ser egocéntrico y a no darse cuenta de las llamadas señales de stop, por otro, puede ocultar dificultades y dinámicas propias de una psicopatología que pueden requerir una intervención psicoterapéutica.
El amor y la autoestima
A menudo, el rechazo romántico puede hacer que uno piense que es indeseable o que no se le quiere. El rechazo, de este modo, adquiere un valor más allá de la frustración de un deseo, erosiona la autoestima y activa un sentimiento de humillación.
No es casualidad que las personas que vinculan su autoimagen a factores estables y no contextuales tiendan a declarar su amor más a menudo y a sufrir menos el rechazo.
Por eso, muchas personas no declaran su afecto ni expresan su deseo de entablar una relación con otra persona porque tienen demasiado miedo al rechazo y a lo que ello implicaría.
Si estos elementos están presentes, es importante que la persona se plantee una evaluación profesional. De hecho, tales creencias y temores pueden surgir de trastornos de ansiedad social o de estructuras patológicas de la personalidad que, con intervenciones psicoterapéuticas estructuradas, pueden modificarse y favorecer la construcción de una vida con sentido.
Vivir feliz aunque no seas amado
Aceptar el sufrimiento
Un primer elemento para hacer frente al amor no correspondido consiste en aceptar el sufrimiento. Sufrir por no ser correspondido es completamente normal y abrirse a estas emociones sin luchar contra ellas es la base desde la que volver al equilibrio emocional.
Aceptar una emoción significa dejarle espacio sin «tener que deshacerse de ella» ni pensar que solo cuando dejemos de sufrir podremos volver a la vida.
Ser compasivo con uno mismo
Un segundo aspecto consiste en adoptar una actitud compasiva y acogedora hacia uno mismo, precisamente por el hecho de no ser correspondido.
Esto es especialmente importante porque, a menudo, la idea de no ser correspondido genera vergüenza y autodesprecio que cargan de dolor innecesario una situación ya de por sí difícil. Estas emociones se apoyan en creencias erróneas sobre la propia inlovabilidad o inadecuación física y «personal».
En realidad, como ya se ha dicho, no ser correspondido es una experiencia común y, por lo tanto, tiene realmente poco que ver con el individuo, sino más bien con la correspondencia entre ambos.
Apoyarse en los demás
Un tercer aspecto a tener en cuenta se refiere a la tendencia de la mente humana a no leer las señales que indican desinterés por parte del otro. Basar el comportamiento en estas señales (distorsionadas) puede favorecer las situaciones de ambigüedad, incertidumbre y sufrimiento.
Para contrarrestar este sesgo, puede ser útil apoyarse en conocidos o amigos que puedan tener puntos de vista más objetivos de la situación y ayuden a evaluar si se debe persistir en el cortejo.
Reflexionar sobre el valor del rechazo
Por último, si el miedo al rechazo es tan intenso que inhibe el cortejo en sí, es importante cuestionarse la razón de este miedo y reflexionar sobre el peso quizás excesivo que se atribuye a recibir un rechazo en la propia imagen de uno mismo.
En conclusión, el amor es un sentimiento complejo que se entrelaza con el carácter y las experiencias a lo largo de la vida. El deseo de tejer relaciones es un impulso universal y, sin embargo, puede convertirse en fuente de aprensión y sufrimiento.
En estos casos, afrontar estas emociones mediante la reflexión o el apoyo profesional puede ser crucial para lograr una vida amorosa plena y funcional.