¿Es difícil perdonar? Mucho. Sobre todo en un caso: cuando la otra persona no se ha disculpado ni tiene intención de hacerlo. Han cometido un error evidente, no hay mucho que discutir. La verdad está a la vista de todos. Sin embargo, por una u otra razón, esa disculpa no ha llegado.
En una situación así, parece imposible perdonar. ¿Nos han hecho daño, nos han traicionado, han cometido una injusticia o simplemente nos han faltado al respeto, y debemos perdonar?
¿Por qué íbamos a hacerlo? Nos haría parecer débiles, nos haría sentir como tontos que se dejan pisotear con una facilidad desarmante. Sería humillante.
Todo el mundo ha tenido estos pensamientos en su cabeza, porque todo el mundo se ha sentido profundamente decepcionado por alguien al menos una vez en su vida.
Yo, por ejemplo, fui durante mucho tiempo una persona susceptible y orgullosa, incapaz de perdonar.
Entonces me di cuenta de algo que cambió mi vida para siempre: a partir de cierto límite, el perdón no tiene que ver con los demás. Se trata de nosotros mismos.
La trampa del ego: No perdonar y sufrir
¿Qué ocurre si decidimos no perdonar a alguien que no ha pedido perdón o que lo ha hecho sin arrepentirse? Lo que ocurre es que nuestro ego nos cuenta un pequeño cuento: no perdonar significa que tenemos en nuestras manos a la persona que nos hizo sufrir.
El ego nos lleva a fantasear con el día en que esa persona rogará ser perdonada. Nos imaginamos ese momento con la boca hecha agua, lo anhelamos como si no hubiera nada más precioso en el mundo.
Excesivamente emocionales, acabamos creyendo que no perdonar es nuestra venganza contra los que nos han hecho daño. Hasta que no perdonamos, tenemos el control. Somos los «correctos».
La primera ilusión: Aprender a perdonar
Lástima que no funcione así. Esta visión es sólo una visión distorsionada, la realidad es completamente diferente. Cuanto antes entendamos esto, antes dejaremos de engañarnos y de sufrir.
La primera razón por la que esta forma de razonar es ilusoria es que a menudo la otra persona no se preocupa por nosotros ni por nuestro perdón. Si alguien ni siquiera se digna a pedirte disculpas, ¿qué puede importarle que le perdones?
Vivir esperando el día en que recibirás esa disculpa es perder años imaginando un momento que nunca llegará.
Cuando el ego vive de ilusiones y odia la realidad
La segunda razón es que nunca es la otra persona la que sufre si no perdonamos. Los únicos que sufrimos somos nosotros. Nos pasamos los días con ira, tristeza, victimismo y frustración. Y nos decimos constantemente: yo no perdono. No perdono, no perdono, no perdono.
Es como un mantra para nosotros, que surge directamente de las heridas de nuestro ego. Es decir, surge cuando no se contempla la realidad de la vida sino que sólo existen fantasías, resentimiento y victimismo.
Tener esta actitud es dejar de vivir. Otros siguen adelante y nosotros nos quedamos quietos, sin poder disfrutar de todo lo que la vida nos depara.
Cómo aprender a perdonar
Sí, debes aprender a perdonar. No necesariamente porque la otra persona lo merezca, sino porque tú mereces sanar y seguir adelante.
Es muy sencillo: todo lo que necesitas es un bolígrafo y un papel. En un lado escribes los nombres de las personas a las que quieres pedir perdón. Y te comprometes a hacerlo, desde el primero hasta el último. Así es como aprendes a perdonarte a ti mismo.
En el otro lado, escribe los nombres de las personas a las que quieres perdonar. Y te comprometes a hacerlo, aunque no te lo hayan pedido. De este modo, perdonas y te das la oportunidad de seguir adelante.
Este simple gesto sirve para cerrar un capítulo doloroso. Te ayuda a nacer de nuevo y a encontrar las coordenadas de tu felicidad. Porque sólo cuando te desprendas del enorme peso que llevas encima podrás por fin despegar.
No tengas miedo de perdonar. No lo haces por los demás, lo haces por ti. Este simple, pero muy difícil gesto, elimina el sufrimiento causado por tu ego. Es el primer paso hacia tu nueva vida.