Cuando pensamos en amabilidad, nos vienen a la mente pequeños gestos que podemos tener en el transcurso de nuestros días como, por ejemplo, un saludo con una sonrisa o un saludo seguido de la pregunta «¿cómo estás?». O hacer un cumplido, un regalo, etc…. En realidad, estos gestos forman parte de un código de comportamiento vinculado al concepto de cortesía y educación.
La cortesía, en cambio, tiene un significado más profundo desde sus orígenes. La palabra «gentil» procede del latín «gentilis«, que significa «perteneciente a la misma estirpe«. Por tanto, la amabilidad significa pertenecer a un grupo de personas, estar presente y ser aceptado y protegido, al igual que ocurre en el mundo animal, donde la supervivencia está garantizada gracias al apoyo y la protección de la manada.
Por tanto, significa comportarse con los demás con la intención de crear un entorno inclusivo y agradable para todos, en el que reine la confianza mutua.
Numerosos estudios afirman que la amabilidad tiene diversos beneficios y, en general, practicar o recibir actos amables aumenta la percepción de bienestar personal y hace que uno sea más positivo y benevolente con los demás.
La prisa: El primer enemigo de la amabilidad
«Nunca tengo tiempo», «Siempre tengo prisa» o «Ni siquiera he podido comer para terminar las cosas que tenía que hacer» son frases que oímos o utilizamos a diario. Tener prisa puede tener efectos devastadores en nosotros mismos, en nuestras relaciones y, en consecuencia, en todo el trabajo que hacemos con la gente.
Si, por ejemplo, la relación diaria que tenemos con nosotros mismos se basa en la prisa y el descuido de lo que sentimos y experimentamos, nuestro nivel de productividad bajará. O en un equipo, las prisas por conseguir el resultado pueden hacer que se descuiden los momentos agradables de interacción, ya que se está más centrado en el rendimiento que en las personas y sus necesidades.
En ambos ejemplos se pasa por alto que nuestro rendimiento está influido por el entorno, el contexto, las relaciones y la comunicación.
Tratarse bien a uno mismo y tratar bien a los demás no puede considerarse una pérdida de tiempo. No requiere ningún «adorno» especial, sólo respeto por uno mismo y por el otro en una perspectiva de inclusión y aceptación.
Acciones para mejorar las relaciones
Comprender a la persona: Comprender a la otra persona es la forma más importante de depósito. Conocer a la persona o al colega con el que pasamos la mayor parte del tiempo implica reconocer su valor.
Cuidado con los pequeños detalles: A menudo, los pequeños detalles marcan la diferencia en la relación y no se dan por sentados. Por ejemplo, dar las gracias al compañero por tomarse el tiempo de explicarnos un nuevo procedimiento o simplemente por ayudarnos a buscar algo que habíamos perdido.
Cumplir los compromisos.:No cumplir un compromiso es una fuente importante de influencia y corre el riesgo de minar la confianza y la propia relación. Por lo tanto, esforzarse por ser fiable es una buena práctica para crear un ambiente de seguridad y tranquilidad con las personas que nos rodean.
Aclarar las expectativas: A menudo damos por sentado que nuestras expectativas son claras para los demás y cuando nos damos cuenta de que no es así nos sentimos heridos. Siempre es útil y eficaz aclarar y dejar claras nuestras expectativas para que otras personas puedan entendernos y apoyarnos.
Mostrar coherencia personal: Una de las formas más importantes de mostrar coherencia es tener un estilo de vida que respete nuestros valores. Porque gracias a ellos podemos tener orientación en nuestras decisiones y elecciones.
Disculparse sinceramente en caso de retirada: Pedir perdón de forma sincera y consciente es una forma de realinearnos. Para poder hacerlo, es necesario tener confianza en uno mismo y unos valores firmes, sin parecer más débiles ni perder nuestra autoridad.
Y recuerda: La libertad fundamental de una persona es elegir cómo se comportará en cada situación. De hecho, estemos con quien estemos, sea cual sea el contexto y la comunicación en curso, solo nosotros podemos elegir qué palabras utilizar, qué acciones emprender o qué atención y presencia ofrecer a la otra persona.