El miedo es un efecto de un trauma, grande o pequeño, físico o emocional, y sale a relucir cuando entramos en contacto con algo que, por razones comprensiblemente subjetivas, nos remite a ese trauma, incluso de forma inconsciente.
El título de este post es una frase que leí hace años en un libro sobre el movimiento Continuum, Life on Land, escrito por la persona que descubrió el Continuum: Emilie Conrad.
El movimiento natural y espontáneo del cuerpo
El Continuum es un enfoque somático basado en el movimiento natural y espontáneo del cuerpo, también acompañado de sonidos, cuando el cuerpo ha salido de la dimensión acuática y ha entrado en contacto con la terrestre. Es un proceso muy lento y gradual, hecho de escucha profunda, de adaptaciones y de posibilidades, que el cuerpo descubre poco a poco, en un continuo.
Sin embargo, esta frase no sólo es válida para el Continuum; el mensaje que transmite creo que puede extenderse, en un sentido absoluto, a toda nuestra experiencia encarnada. ¿Por qué? Porque el miedo congela. Y, por supuesto, lo hace para proteger.
Transformando el miedo
¿Qué hace el cuerpo? Se contrae, se bloquea, y activa el único mecanismo de defensa que es capaz de poner en marcha en ese momento, el miedo, que es el miedo al dolor, a volver a una vorágine de malestar y sufrimiento, a reencontrarse con el acontecimiento desagradable que lo generó todo.
Existen pequeñas estrategias para acercarse al miedo y transformarlo de enemigo acérrimo en compañero de viaje de confianza.
Por ejemplo, empezar a verlo como Miedo y no como temor, asignándole una identidad ontológica, como si fuera una persona. Visto así, ya pierde gran parte de su poder terrorífico porque nuestro inconsciente le atribuye automáticamente características humanas.
Si se convierte en Miedo, de alguna manera, también tendrás miedo. Ya al escribirlo, me parece que se hace más pequeño y más accesible. El encuentro con el Miedo nos pone en situación de reconstruir la relación con el propio arquetipo, de ir a actuar sobre el terreno, de «desactivar la bomba».
Establecer un diálogo, preguntándole lo que quieres comunicar, y esperar una respuesta, que viene del cuerpo, y luego continuar, como una matrioska, hasta desenredar la madeja, y tal vez entender el sentido de su intervención.
Las reacciones de nuestro cuerpo
Otra pequeña sugerencia es intentar acompañar el miedo con un movimiento simbólico del cuerpo (por ejemplo, levantar la pierna, girar un brazo hacia atrás, tensar el torso, o agacharse, cerrar los ojos… ), que se convierte en un medio de apoyo e integración, que se produce en pequeños pasos, que viene de la experiencia.
En la práctica, utilizamos los «síntomas» del miedo como pasos para volver, poco a poco, al origen. No se llega necesariamente de forma inmediata, puede llevar algún tiempo, pero sin duda es una forma auténtica de llegar.
De lo contrario, si tenemos la posibilidad, podemos utilizar la alternativa de un paseo… por el campo. No por otra cosa, sino porque un bosque es una proyección realista de nuestra dimensión laberíntica interior; la misma en la que nos perdemos cuando tenemos miedo, donde nos encontramos con formas indefinidas, sensaciones vagas, criaturas ocultas, etc…
Atravesar el bosque, físicamente, es trasladarse simbólicamente a los lugares del interior. Conocer pequeños animales, plantas, rocas, insectos, es ver, y por tanto reconocer, los síntomas del miedo cuando se desencadena.
Uno puede empezar a familiarizarse con la dimensión selvática, si no está tan familiarizado con ella, leyendo algunos cuentos de hadas, pero también los hermanos Grimm ofrecen un amplio material simbólico sobre el que empezar a trabajar, a tejer un vínculo con la realidad.
Leer un cuento de hadas con conciencia corporal, dejándose impregnar por el poder de los símbolos, es ya una experiencia fuerte. En cualquier caso, recomiendo ir al bosque, aunque sólo sea para estar en contacto con la maestra Naturaleza.
No importa si se trata de una modalidad relacional, de conciencia somática o de exploración con lo físico. Son las tres expresiones del movimiento, que transforma el miedo en nuestro amigo, y lo hace a través del cuerpo.