Tengo la costumbre de mirar la lluvia, me gusta el sonido de las gotas cuando llegan al suelo, ver cómo el viento mece las ramas de los árboles, sentir el olor que se apodera de toda la escena.
Tengo la impresión de que la lluvia se lleva. Quita lo que no es bueno, limpia lo que es polvoriento y sucio, refresca lo que es sofocante y molesto e incluso determina algunos caminos.
Si llueve alguien deja de ir a la playa, alguien pospone un evento o cambia de lugar; si llueve alguien pierde un viaje, alguien cambia de ropa, de itinerario, de estado de ánimo. La lluvia también puede enseñar.
Los trastornos de la lluvia
La lluvia es… ¡Belleza! No he sido muy disciplinado y tolerante conmigo mismo en ciertas situaciones de la vida en las que he necesitado pasar por algunas lluvias y tormentas para convertirme en sol. No me olvidaré de mis lluvias, ¡nunca!
Enfrentarse a la lluvia es relativizar la vida, es partir de una mirada crítica y también cuidadosa de uno mismo y seguir un trabajo íntimo con nuestras verdades. Saber afrontar el día a día con determinación y cautela es saber gotear en tierra firme, saber lavar el alma cuando necesita un baño, poder desempolvar las ideas y ventilar el corazón acalorado sin ritmo.
¡Vamos! Si aplazamos los días nublados nunca veremos el arco iris, si insistimos en nuestro lugar en el sol nunca podremos acompañar a la tierra húmeda para hacer germinar una flor.
El miedo a la lluvia se adapta a cualquier relación, incluso y principalmente a nuestra relación con nosotros mismos. Perdí la costumbre de lamentar las aguas pasadas y aprendí a afrontar la tormenta aprovechando los ruidos y los vientos.
Es cierto que no todo está bajo nuestro control y la lluvia puede desanimar y mojar, pero también tiene el poder de despejar. Porque sólo enfrentándonos aprendemos, sólo pasando la tormenta podemos medir.
La incertidumbre del tiempo
Todavía no he aprendido el secreto de la vida, pero creo que no se descubre estando sentado, bebiendo y de fiesta, ni estando quieto, sufriendo y llorando. La vida pide pausas y dirección, pide estructura y compromiso, pide días de lluvia y días de ilusión y exaltación.
La vida pide responsabilidad, valor y liberación. Y para cumplirla, no podemos tener miedo a la lluvia ni estar a merced de la incertidumbre del tiempo. Si no nos atrevemos a cruzar los puentes que nos llevan al lado donde ya ha dejado de llover, nos quedaremos para siempre arropados y secos bajo nuestra propia sequía interior: mirando a las piedras que lloran solas en el mismo lugar…
Te propongo un mini reto: Un día que llueva en tu ciudad y estes en casa sin muchas cosas que hacer vete a la ventana y quédate mirando unos minutos como la lluvia dispersa a la gente de las calles, como se tapan con sus coloridos paraguas y como intentan evitar mojarse.
Y sin pensartelo dos veces, ponte ropa de deporte, unas buenas zapatillas que no resbalen y olvidate del paraguas porque de forma inmediata vas a salir a la calle a caminar o a correr durante unos minutos y deja que la lluvia resbale por tu piel. ¡Es una sensación única! Y después de llegar empapado a casa una ducha de agua caliente para quedarte como nuevo. ¡Aqui empieza el cambio!