Eres lo que sientes y no lo que crees que eres. Veamos juntos las sutiles diferencias de esas palabras.
La ira y la vergüenza por una relación que no se ajusta a lo que esperabas; el miedo a morir; la incapacidad por culpa de un padre y sus obsesiones por la perfección para ti; el sentimiento de privación de libertad por una condición financiera incómoda; la sensación de que tu cuerpo es inadecuado para las expectativas del mundo.
Uno es lo que siente y generalmente se cuida de no mostrar lo que siente auténticamente, al mundo y también a sí mismo. Y por eso vinculas una actitud incoherente a ese sentimiento. En otras palabras, te presentas ante los demás como ellos quieren y esperan que seas.
Esta incoherencia entre el sentir y el parecer crea una brecha, un vacío. La forma en que el mundo nos percibe es, pues, la fachada de nuestra personalidad, que se apoya en la realidad exterior para sentirse «alguien».
Pero lo que realmente eres es lo que sientes y lo que enmascaras porque tienes miedo de mostrar tu vulnerabilidad. Te adaptas a un estilo de vida preconcebido porque mostrar tu diversidad es peligroso: podrías estar condenado a la soledad.
Nos han enseñado a temer la soledad, pero en realidad no es más que el único estado posible para facilitar la autocomprensión. Así que elige pertenecer a un grupo que refuerce tu identidad, lo que crees que eres, haciéndolo todo más fácil. Elige el grupo en función de lo que piensas que te identifica y no de lo que sientes.
Periodos emocionales que marcan la diferencia
Al reproducir mentalmente esas experiencias a través de la memoria, también hacemos que el cuerpo reviva esos sentimientos, a través de las fuertes emociones que somos capaces de recrear con el pensamiento.
Esta continua focalización en un acontecimiento y la consiguiente reacción emocional ha provocado que esta última se convierta en un verdadero estado de ánimo, hasta consolidarse en un rasgo de la personalidad.
El mundo exterior acude a nuestro rescate para ayudarnos a definir nuestra identidad y distraernos de nuestra observación interior.
Creamos vacío interior por miedo
Creamos el vacío en nuestro interior por miedo al vacío que pueda crearse a nuestro alrededor. Tememos que ser auténticamente nosotros mismos nos condene a una vida solitaria: así que sacrificamos la única presencia (la nuestra) que realmente necesitamos a costa de una existencia atestada de presencias más o menos útiles para alimentar nuestra necesidad de dependencia.
Cuando utilizas el mundo exterior para justificar lo que crees que eres y para distraerte de los sentimientos desagradables que quieres silenciar, estás desarrollando una adicción a las emociones que el mundo exterior es capaz de hacerte sentir.
Cuando lo que sientes empieza a estar fuera de tu control, cuando el miedo y la incomodidad de sentirte demasiado gordo, de estar insatisfecho con tu relación, de sentirte impotente ante tu pobreza económica, entran en acción, ¿qué haces?
Muchos encienden la televisión; o cogen sus teléfonos para distraerse y navegan sin rumbo por Internet y las redes sociales; o encienden un cigarrillo, o empiezan a comer comida basura.
La distracción de los estímulos externos
Los estímulos externos distraen fácilmente de tus sentimientos internos: es como ponerlos a dormir. ¡Eso sí que es adicción! Pero te diré más: toda adicción presupone que tienes que aumentar tu dosis cada vez más, porque cada vez que tomas una determinada cantidad, te vuelves adicto.
Se toma el veneno en pequeñas dosis: se aumenta la dosis y se aumenta el veneno. Esto ciertamente no contribuye al bienestar, la salud y la felicidad. ¿Sigue intentando entender por qué acabas enfermando? ¿O todavía tienes el valor de culpar a causas externas?
Por supuesto, el mundo exterior es responsable en la medida en que lo hayas aceptado. ¿Cómo es posible invertir este proceso?
Nadie quiere sentirse enfadado, asustado, avergonzado e inadecuado. Estoy convencido de que el estado natural, y, por tanto, el objetivo último de todas las acciones de los seres vivos, es la alegría. Sin embargo, a menudo, para cambiar lo que sentimos en nuestro interior, nos apoyamos en el mundo exterior, volviéndonos dependientes de él.
Buscamos el placer para evitar el dolor a toda costa. Sin embargo, esto es una ilusión: nada en el exterior puede arreglar lo que se siente en el interior.
Buscando la coherencia
El trabajo a realizar es reducir hasta el punto de anular esa brecha, para que lo que sientes en tu interior sea totalmente coherente con lo que apareces en el exterior. ¡Esta es la transparencia de la autenticidad!
Por lo general, los que se dan cuenta del gasto innecesario de energía que supone mantener esta enorme farsa empiezan a despertar.
Te das cuenta de que no puedes contarte una mentira tan grande. Esto te lleva a actuar en consecuencia también con el mundo que te rodea y con las personas que, hasta entonces, te habían acostumbrado a verte de una determinada manera.
El riesgo es que no se te reconozca: esto podría hacer que la persona recién despertada vuelva a caer en el sueño de la adicción, ya que experimentaría una verdadera crisis de identidad.
Cuando empiezas a darte cuenta de que necesitas reducir esta brecha, ya estás cambiando la calidad de tu energía. Está claro que todo el mundo que te rodea corre el riesgo de derrumbarse: no es más que la proyección de tu viejo yo.
Pero dime: ¿cómo es posible construir algo nuevo si primero no se desmonta lo viejo? No puedes resolver tus problemas si te quedas atascado en los mismos: si quieres transformarte en la mejor versión de ti, tienes que salir de la antigua versión.
Si te empeñas en centrar tu atención en viejos sucesos del pasado que te causaron dolor, seguirás empantanado en ese fango.
Una nueva mentalidad
Necesitas una nueva mentalidad que deje de justificar todo y de excusarse por no hacerse cargo del cambio.
Para poder mirar el pasado con objetividad y aprender lo bueno que tiene para nosotros, hay que desaprender la emoción que nos limita, no el hecho en sí.
En otras palabras, es necesario privar a la memoria de la carga emocional que nos encadena al pasado.
Esta es la fina línea que separa la sabiduría de la insensatez: no puedes fingir que el pasado nunca estuvo ahí, pero tampoco puedes condenarte a vivir ahí todo el tiempo. Ambas soluciones son absurdas.
La sabiduría consiste en tomar del ayer, lo que te permite avanzar hacia el mañana. Tampoco es necesario decir que tienes que dejar de ser una persona emocional y convertirte en un frío ser racional.
Porque no tiene ningún sentido: eres lo que sientes, ¿recuerdas? Anular las emociones es dejar de ser.
Adoptar una actitud emocional inteligente significa ser capaz de salvar la distancia entre lo que somos y cómo nos presentamos al mundo. Permitirnos aparecer en nuestra auténtica coherencia no significa ser personas perfectas, sino ser capaces de hacer que dos mundos que muchos consideran irreconciliables se comuniquen de forma útil y saludable.
Si consideras las dificultades del pasado como algo necesario para que salga a la luz una versión nueva y auténtica de ti, tu perspectiva sobre el pasado cambia, porque has elegido cambiar la emoción ligada a él.
La transformación
Hay al menos dos formas de empezar el cambio y poder así ajustar los cables para una versión renovada de nosotros mismos.
Puede activarse por un momento de crisis emocional, económica, física; o puede activarse desde un estado de alegría: ¡la elección es tuya!
Sea cual sea tu punto de partida, cuando empieces a salir de tu pasado, podrás por fin dirigir tu mirada hacia el futuro. Solo entonces empiezas a manifestar lo nuevo y lo bello para ti, de forma totalmente espontánea.
Para crear algo verdaderamente grande para ti y para los demás, es necesario vivir en un estado de gratitud, entusiasmo y plenitud. Muchas personas afirman hacerlo desde el miedo, la carencia, la separación y la tristeza.