La tendencia a decir algunas mentiras, o a adaptar la realidad en ciertos aspectos, nos pertenece a todos. En algunos casos, incluso puede resultar una ayuda eficaz para superar las dificultades cotidianas.
Sin embargo, en muchas otras situaciones, la tendencia a distorsionar la realidad puede adquirir características extremas, hasta el punto de estructurarse en verdaderos cuadros clínicamente significativos.
Esto es lo que ocurre en el caso del llamado mentiroso patológico, una definición que suele englobar diferentes características que, sin embargo, tienen en común una actitud tendente a la manipulación de la realidad, lo que puede llevar a un progresivo alejamiento de la objetividad.
Mentira patológica o mitomanía
El primero en hablar de mentira patológica, o más exactamente, de mitomanía, fue el Dr. Ernest Dupré a principios del siglo XX.
Según el académico, el mentiroso patológico utiliza mentiras, por lo general muy creíbles, para parecer más interesante a los ojos de los demás. El objetivo principal no es engañar a los demás, sino distorsionar la realidad a gusto de cada uno.
De ahí que los mentirosos patológicos tiendan a mentir compulsivamente para demostrar a los demás que tienen una vida apasionante, que han vivido experiencias increíbles y aventureras o, en cualquier caso, que tienen una vida mejor que la suya y que, al mismo tiempo, provocan la envidia del otro.
Definición de mitomanía
Históricamente, la definición de mitomanía es precisamente esta: crear una realidad ficticia, un mito, una historia, dar pie a las propias mentiras e intentar imponer esta visión a los demás, convenciéndoles de su validez.
Sin embargo, si la mayoría de nosotros somos conscientes de nuestras mentiras cuando mentimos, para quienes padecen mitomanía, la frontera entre la mentira y la realidad se vuelve bastante difusa: a menudo, estas personas se creen las historias inventadas que cuentan y son incapaces de enfrentarse a la realidad.
Por ello, siguen adelante con sus mentiras y nunca vuelven sobre sus pasos, creando así un círculo vicioso, una especie de adicción autoalimentada a la mentira.
El efecto en los demás de la mentira recurrente
Sin embargo, la tendencia a mentir no solo crea dificultades o daños para el mentiroso patológico, sino también para quienes le rodean. De hecho, las principales víctimas de esta patología suelen ser familiares, colegas y amigos.
De hecho, si se le «pilla», el mentiroso es incapaz de admitir que está mintiendo y, como consecuencia, puede experimentar una gran crisis interior. Tenderá a seguir afirmando que sus historias son totalmente ciertas y puede reaccionar, en el peor de los casos, incluso de forma agresiva.
Tipos de mentiras
Para intentar ofrecer una visión adecuada del tema, es necesario distinguir entre la mentira compulsiva y la mentira patológica.
La mentira compulsiva
El primero es típico de una persona que tiende a alterar la realidad no para obtener beneficios concretos, sino por una tendencia interiorizada en respuesta a determinados estímulos externos. Este hábito, generalmente aprendido durante la infancia y las primeras experiencias en el sistema familiar, representa una respuesta automática e instintiva para la persona.
Así pues, su principal característica parece estar encapsulada en la naturaleza compulsiva de la mentira, que se promulga en respuesta a una dificultad subjetiva para afrontar y contar la realidad percibida.
Mentira patológica
La mentira patológica, en cambio, es el resultado de una actitud más consciente y manipuladora. De hecho, mientras que en el primer caso la persona es sensible a los efectos que la mentira puede tener en quienes le rodean, al mentiroso patológico no le importan las consecuencias de sus actos.
Así, la mentira patológica es vivida por las personas de forma egosintónica, porque está arraigada en la personalidad del sujeto. Por lo tanto, es evidente lo difícil que le resulta al mentiroso patológico percibir esta actitud como problemática o disfuncional.
Las características del mitómano
Desde un punto de vista psicológico, esta tendencia puede estar asociada a rasgos como el egocentrismo y la escasa empatía, características que suelen provocar graves dificultades en la sintonía afectiva interpersonal y en las relaciones en general.
A nivel clínico, esta tendencia a mentir puede surgir con frecuencia en personas con tipos de personalidad antisocial, narcisista, histriónica y límite.
Es importante que el clínico pueda hacer un diagnóstico diferencial con respecto a los delirios psicóticos (que también suelen caracterizarse por una visión distorsionada de la realidad y, sobre todo, por la egosintonía): de hecho, se tiende a considerar la mentira patológica dentro de la categoría de neurosis y a tratarla como una alteración de la adaptación al entorno y a las relaciones sociales.
A menudo esta actitud esconde una fuerte intolerancia a la crítica externa, que difícilmente abre la posibilidad de la confrontación entre pares, o la construcción de un clima cooperativo, empleando más bien la mentira como una especie de escudo que puede proteger la identidad del sujeto pero que, de hecho, le impide construir relaciones afectivas maduras y genuinas.
Cuando el mentiroso patológico viene a buscar ayuda psicológica
El mayor malestar que puede llevar a un mentiroso patológico a buscar ayuda psicológica no es tanto el cuestionamiento de la mentira contada, que puede defenderse hábilmente incluso años después, sino el riesgo de la auto-revelación, es decir, la necesidad de entrar en contacto con la propia esencia identitaria.
Esto sucede por un exceso de inversión en la propia imagen, transmitida por mentiras, que, de hecho, está reñida con el verdadero yo.
Aunque todo el mecanismo puede derrumbarse, impulsando a la persona a buscar ayuda profesional, ocurre mucho más a menudo que el deseo de iniciar una psicoterapia parte de las personas que rodean al mentiroso patológico y de su voluntad de superar los devastadores efectos relacionales a largo plazo.
Requisitos previos para el trabajo terapéutico
Siempre hay que tener en cuenta que, para iniciar un recorrido psicológico eficaz, la persona debe ser capaz de reconocer su propio problema. La autoconciencia en estos casos puede verse amenazada por la tendencia repetida a lo largo del tiempo a negar la realidad y la presencia de un problema. Así como por el intento de defender la propia identidad central, un elemento que difícilmente llevará al individuo a buscar ayuda y que limita seriamente el establecimiento de una buena alianza terapéutica.
Además, en algunos casos, el individuo puede acudir al clínico debido a los efectos secundarios de las mentiras producidas, alimentando así una petición de ayuda circunscrita principalmente a la resolución de problemas específicos causados en áreas circunscritas de interés personal como, por ejemplo, el trabajo.
Por ello, siempre es conveniente acudir a profesionales debidamente formados en la materia, capaces de reconocer el problema y sus orígenes, así como su función, y de establecer una buena y sana relación terapéutica, sin la cual solo se corre el riesgo de reforzar lo que ya son dinámicas muy rígidas de funcionamiento del mentiroso patológico.