«A veces nuestro propio cuerpo nos dice que es el momento de hacer una pausa y un receso en nuestra ajetreada vida. Es el momento de tomar una mayor conciencia y madurar nuestro interior.
A veces, necesitamos volver a nuestra casa, necesitamos aprender a limpiar nuestros corazones. Tenemos que arreglar el desorden o ponernos al día.
A veces sólo queremos cuidar más de los sueños que se guardan, de las personas que se conectan con nuestro espíritu, sólo queremos sentarnos en algún lugar lejos de todo lo malo y disfrutar de la vida desde otra perspectiva.
Reformando el interior de la persona
A veces es necesario hacer una reforma interior para encontrarse a sí mismo, para saber quiénes somos y dónde debemos estar en este momento de transformación y canalización física y mental. Lejos, cerca, dentro. Cerca de nuestros propios ideales y menos sufrimiento.
A veces se nos amontonan las cosas, las empujamos con el estómago; a menudo nos miramos como si no quisiéramos entrar en conflicto con nadie. Y entonces aprendemos dónde están las cosas más cercanas, dónde debemos aislarnos realmente y transmitir las cosas buenas que aprendemos.
A veces, nuestro ego viene y nos muestra que no siempre es lo que vemos, lo que creemos, muchas veces, porque somos buenas personas.
Muchas veces borramos y no olvidamos, pensamos y no escuchamos, nos culpamos y nos lamentamos por lo que otros no vieron en nosotros.
No todo el mundo ve con el alma, no todo el mundo tiene la sensación de ser algo de otro tiempo, no todo el mundo tiene empatía, es decir, no puede ponerse en el lugar de los demás, ni vivir las relaciones interpersonales.
La energía que canalizamos es la que nos aportará equilibrio o desequilibrio.
A veces necesitamos detener nuestra propia euforia para bajar el ritmo, necesitamos menos expectativas para no salir heridos, necesitamos ser conscientes de dónde están nuestros pies, dónde pueden tocar los abrazos, dónde las palabras de ánimo pueden mejorar la vida de alguien.
A veces, salimos y nos olvidamos de nosotros mismos, nos disfrazamos para ser útiles a alguien, ayudar a curar dolores, repartir afecto, callar cuando alguien siente que el mundo se le cae encima.
Una pausa para avanzar hacia el futuro
En este camino entre el bien y el mal, entre la sensación de que hicimos lo que pudimos, nos queda la sensación de que no podemos seguir contando cuántas veces nos caemos o cuántas veces, frente a nuestra propia fe, nos levantamos. Todavía queda mucho por hacer.
A veces lo ignoramos, dejamos de poner nuestras fichas en las cosas que han fallado y entendemos que tenemos que ser la mejor compañía en ciertas situaciones.
Habrá días en los que tendremos que convivir con nosotros mismos, aprender a respirar más despacio, enfrentarnos a ciertos monstruos que nos acechan; tendremos que habitarnos con respeto y tolerancia.
Para ello, necesitamos calma, comprensión, una sensación de protección y apoyo por parte de algo mayor que nos protege más allá de esta capa terrenal.
No es tiempo de intrigas, de argucias, de quién tiene la culpa, es tiempo de crecer, de madurar, de hacer por nosotros mismos y por los demás algo realmente instructivo y saludable para la mente y el corazón.
A veces es nuestro propio cuerpo quien nos muestra que es el momento de hacer una pausa y un pequeño reposo de nuestra vida para salir con más fuerza al terrero de juego. Es el momento de una mayor conciencia y madurez interior.