Cada día, en todas nuestras acciones, tomamos decisiones, desde decidir cómo vestirnos hasta cómo comportarnos en distintas situaciones cotidianas.
Decidir es una forma de libertad, pero también puede convertirse en una tarea difícil hasta el punto de convertirse en una carga insoportable. La dificultad aumenta en proporción al papel que ocupa el responsable de la toma de decisiones en las jerarquías de la familia, la empresa, la sociedad, etc. …. De padre a directivo, de profesor a político.
El miedo a tomar decisiones pertenece a los seres humanos, sea cual sea su cultura y lugar de origen. Como explican los antropólogos, es una prerrogativa humana que se ha desarrollado de la mano de la capacidad de planificar las propias acciones y gestionar el entorno: cuanto más ha crecido el poder del hombre sobre la naturaleza y los acontecimientos, más se ha encontrado en situación de tomar decisiones complejas.
Paradójicamente, de hecho, cuanto más aumentan los conocimientos y las capacidades operativas que nos permiten resolver problemas y controlar mejor la realidad, más se complican nuestros dilemas.
Efecto sobre el bienestar social
Los modelos familiares y sociales protectores inducen a evitar las responsabilidades personales y a delegarlas cada vez más. La comodidad de delegar la carga de la responsabilidad en otros y rehuir el miedo a tener que decidir se ha convertido en una costumbre social, además de una propensión individual.
Sin embargo, por desgracia o por fortuna, incluso la más cómoda de las existencias, tarde o temprano, obliga a hacer elecciones y tomar decisiones: quien no está a la altura entra en crisis o sucumbe bajo un peso insoportable.
Los seres humanos preferimos elegir lo cómodo a lo mejor, así que al seleccionar opciones tendemos naturalmente a evitar las incómodas, dolorosas y agotadoras. Pero tratar de eludir la responsabilidad equivale a reducir nuestra libertad y adaptarnos a las decisiones de los demás. En resumen, si no elegimos y decidimos, otro lo hará por nosotros.
Las formas del miedo a decidir
La dificultad para asumir la responsabilidad de las decisiones suele deberse a la incapacidad para gestionar los miedos, los temores y las ansiedades.
Decidir siempre representa una apuesta, del mismo modo que elegir expone a riesgos constantes, pero nadie puede evitar por completo esta condición existencial. Giorgio Nardone, en su interesantísimo libro El miedo a las decisiones, ofrece una clasificación de lo que hay detrás del miedo a tomar decisiones. Aquí están:
Miedo a equivocarse
El miedo a equivocarse es el más recurrente de los tipos de miedo ante el riesgo de tomar una decisión. El miedo a cometer errores de evaluación entre las distintas alternativas o a decidir fuera de tiempo representa una duda muy inquietante.
Los síntomas que puede experimentar la persona varían: van desde la indecisión constante, la ansiedad elevada y la angustia hasta auténticos bloqueos en la toma de decisiones y ataques de pánico.
El miedo a no estar a la altura
Esta forma de miedo tiene que ver con nuestra autoestima, es decir, con lo capaces que nos consideramos de soportar el peso de las decisiones que tomamos y sus efectos.
Las personas aquejadas por esta forma de miedo en su expresión más grave tienden a evitar los papeles de responsabilidad y a tomar decisiones de poca importancia, delegando en otros la carga de las elecciones reales. Los síntomas que puede manifestar la persona varían, desde ansiedad y angustia hasta ataques de pánico en toda regla y episodios de depresión.
Miedo a la exposición
Esta forma de miedo se manifiesta cuando uno tiene que tomar una decisión y comunicarla a otras personas, con lo que inevitablemente se antepone a su juicio. A menudo, esta forma de miedo se asocia con el temor a hablar en público, ruborizarse, sudar y congelarse o con la fobia social.
Quienes padecen este miedo tienden a adoptar actitudes y comportamientos defensivos hacia los demás, manifiestan desconfianza e intentan permanecer en la sombra y manipular a los demás para que hagan lo que ellos quieren.
Miedo a la impopularidad
Sentirse querido es una necesidad humana, pero esta se vuelve disfuncional cuando uno quiere ser querido y aceptado por todos. La persona que lo padece es rehén constante de su deseo de sentirse apreciada y querida: cuando tenga que tomar una decisión desagradable, temerá perder incluso parte de la aprobación y el aprecio de los demás.
Necesitamos formación continua
Aprender a elegir puede considerarse un entrenamiento en el gimnasio de la vida. Quien quiera vencer su miedo, primero debe empezar por enfrentarse a pequeñas decisiones, y luego ir subiendo poco a poco hasta llegar a las decisiones más importantes que nos ofrece la propia vida.
Crecemos, cambiamos y evolucionamos gracias a las decisiones que tomamos y de las que somos artífices.